Un poco de baile, de canto y unas pequeñas palabritas que trato de repetir.
Hago mucho lioooooooooooo, como el elefante.
Un poco de baile, de canto y unas pequeñas palabritas que trato de repetir.
Hago mucho lioooooooooooo, como el elefante.
Esa noche soño con su padre y se despertó abatida.
Soño que su padre perdía su libertad por unas suerte de responsabilidad que el mundo le demandaba.
Siempre lo soñaba volando, a veces en briosos Balzanes (que son los caballos mágicos de lo héroes medievales) y otras en alfombras mágicas, ya sumergido en las mil y una noches que su imaginación le regalaba.
Aunque sin duda, lo que más le gustaba eran sus cuentos, cada noche papi emprendía una aventura misteriosa y se la relataba hasta que el sueño la vencía.
Pero esa noche fue diferente, papi trabajaba y no pudo contar la aventura esperada.
Y ella presintió, en su seño fruncido, la posibilidad de perder a su héroe aventurero.
Apenas salía el sol cuándo, con sus rulos enmarañados, se metió en su cama y le dijo: “Papi, quiero que me lleves contigo”.
No puedo niña, le contestó, tengo que ir a trabajar.
“Pero papi, si tu trabajas de caballero aventurero”
Y el sonrió.
“Yo sé que es peligroso, pero sé cuidarme, ¿por qué no puedo ir contigo?. ¿Quiero saber donde vas hoy que no puedo acompañarte?, ni siquiera tengo miedo a Grendel, el Ogro malvado del país de los skyldingos”.
Así, de repente todo cambió. Las nubes se disiparon, el sol apareció radiante y su padre le dijo: “Es cierto niña, porque no vas a venir conmigo, si sólo tengo que encontrar la piedra mágica de Itchcabal, y seguro que tú la encontrarás más rápido. Vamos, dile a tu madre que te vienes conmigo”. Mientras se preparaban, comenzó a contarle cómo eran los lugares mágicos hacia los que partían y cuáles los misterios ocultos que debían descubrir. Y así riendo, partieron, besando a su madre que los miraba alejarse sonriendo y gozando de la primer aventura que compartían, la primera de millones.
Ya sentados en el avión, mirando las nubes desde arriba, Francisca le preguntó: “¿Papi, cómo te las arreglabas sin mí?”. Su padre la miró con ternura y le contestó: “No sé, ya no lo recuerdo, Panchita”.